Historia General del Pueblo Dominicano Tomo II

Historia general del pueblo dominicano 77 premio a su obra, el rey lo nombró corregidor a perpetuidad de los negros con un salario de 100,000 maravedíes al año. El fallecimiento de Ovalle el 6 de septiembre de 1606 dispersó a la mayoría de los cimarrones. El 1 de noviembre, Osorio se jactó, en carta al rey, de haber purgado to- talmente el norte y oeste de la isla de rescatadores y vagabundos, además de haber restaurado la prosperidad de la colonia, lo que no era cierto pese a que KDEtD GHFLGLGR H[SORWDU ODV PLQDV GH RUR \ SODWD H[LVWHQWHV HQ HOOD SDUD OR FXDO decomisó un navío que se dirigía a Nueva España con 530 esclavos, de los que compró 40 para ponerlos a trabajar en las vetas de un cerro de Jarabacoa. En dicha carta pidió el envío de 1,000 esclavos más y que se limitase el número GH ORV GRPpVWLFRV SXHV DOJXQRV YHFLQRV WHQtDQ KDVWD OXMR HVH H[FHVLYR H improductivo. Un mes antes había realizado un censo que reveló la presencia de 1,121 vecinos concentrados en 10 ciudades y villas: Santo Domingo, La Vega, Monte Plata, Higüey, Azua, Santiago, Bayaguana, Cotuí, El Seibo y Boyá. El número de esclavos era de 10,999, de los que 808 trabajaban en los 11 ingenios que aún seguían en pie, 6,790 en estancias de casabe y jengibre, 550 en hatos y el resto en el servicio doméstico. 21 J UICIO DE RESIDENCIA A O SORIO 'HVSXpV GH ÀQDOL]DU WRGRV ORV DXWRV \ WHVWLPRQLRV FRQFHUQLHQWHV DO HVWDGR GH OD LVOD HQWUH ORV TXH LQFOX\y ODV 'HYDVWDFLRQHV HIHFWXDGDV ©FRQ PXFKR ULHVJR GH VX YLGD \ JDVWR GH VX KDFLHQGDª HO JREHUQDGRU $QWRQLR Osorio volvió a rogar al rey que le permitiese regresar a España y le solicitó, como recompensa por los servicios que le había hecho, la merced de una en- comienda en la orden de Santiago, a la que pertenecía, y una renta vitalicia de 5,000 ducados anuales, equivalentes a su salario. El Consejo de Indias acogió favorablemente la petición, pero redujo esa suma a 3,000. Menos espléndido, el monarca la dejó en 2,000. La estancia de Osorio en Santo Domingo se alargó un tiempo más. La co- lonia languidecía sumida en su letargo cuando, en febrero de 1607, el jesuita Martín de Funes se pronunció, en un sermón predicado en la plaza pública, contra las Devastaciones y la limpieza de fugitivos y cimarrones realizada por cuadrillas de soldados. Incomodado por la osadía del sacerdote, quien se ha- EtD DSR\DGR HQ ORV WH[WRV GH YDULDV DXWRULGDGHV VDJUDGDV FRPR VDQ $JXVWtQ

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