Historia General del Pueblo Dominicano Tomo II
68 /DV 'HYDVWDFLRQHV GH \ destruyese el convento de su orden, prosperó. El fraile, según el gobernador, era uno de los mayores rescatadores. Otro sacerdote, el vicario de la iglesia parroquial, se negó rotundamente a compartir el destino de sus feligreses, SUHÀULHQGR SHUPDQHFHU HQWUH ORV HVFRPEURV GHO SXHEOR GXUDQWH YDULRV PHVHV en señal de protesta. No todos los vecinos de La Yaguana aceptaron trasladarse a las nuevas poblaciones. Muchos se embarcaron para Cuba sin que Rebolledo pudiera detenerlos. Las ciudades donde se asentaron fueron Santiago de Cuba y Bayamo. El gobernador de esa isla, Pedro de Valdés, comunicó a Osorio que ORV UHIXJLDGRV HQ HOOD HUDQ \ TXH QR KDEtD SRGLGR H[SXOVDUORV SRU FRQWDU con la protección de los corsarios. La elección de las dos ciudades cubanas no IXH JUDWXLWD $GHPiV GH VX SUR[LPLGDG FRQ /D <DJXDQD H[LVWtDQ HQWUH VXV respectivos moradores estrechos y constantes vínculos propiciados en gran medida por los rescates. El trasiego de gente de a uno y otro lado de las islas era permanente. Se hallaba Osorio en Monte Plata cuando se enteró que alrededor de 150 vecinos de La Yaguana y sus términos se habían alzado contra las Devastaciones y estaban congregados en el valle de Guaba con el propósito de resistir como fuera cualquier intento de reducirlos por la fuerza. Tenían como caudillo a Hernando Montoro, vecino del valle. Consciente del peligro que esa rebelión entrañaba, el gobernador trató de que se avinieran a un acuerdo con él, para lo cual comisionó al alcalde mayor de tierra adentro, Lope de Villegas, quien les ofrecería toda clase de garantías si deponían su actitud y aceptaban ir como los demás a Bayaguana, nombre de la segunda nueva población integrada por vecinos de Bayajá y La Yaguana. Villegas se encaminó al valle y dio con un joven desertor, quien le reco- mendó que se devolviese para no ser muerto, pero siguió adelante. Ya en el valle, a un cuarto de legua de un lugar denominado Bajón, tropezó con un negro a caballo, al que quiso entregar una carta para el padre Diego Méndez Redondo, uno de los líderes de los sublevados. El negro se negó a llevársela, pero de noche logró que un esclavo de Montoro lo hiciese. Hacia la media mañana del día siguiente, el alcalde fue rodeado por 10 hombres con arcabu- ces. Montoro le preguntó el motivo de su presencia en el valle y el alcalde le pidió que se sometiesen o, de lo contrario, incurriría en desobediencia al rey, delito que podía costar muy caro a todos. En eso, una tropa de 80 o 90 jinetes apareció de repente y Montoro, ignorante de quiénes podían ser, previno a los suyos para enfrentar un posible ataque, pero los aprestos de lucha cesaron cuando se comprobó que los intrusos eran gente amiga.
Made with FlippingBook
RkJQdWJsaXNoZXIy MzI0Njc3