Historia General del Pueblo Dominicano Tomo II
66 /DV 'HYDVWDFLRQHV GH \ Agüero Bardecí tenía empuñado un pistolete, pero nada grave ocurrió. Sin embargo, la tensión volvió a crecer cuando Enrique el Flamenco conminó al juez a que le vendiese carne y casabe para abastecer los navíos holandeses so pena de emplear las armas si no lo hacía de buen grado. Cuando se le recri- PLQy VX FRQGXFWD &RUURYHO VH GLVFXOSy LQGLFDQGR TXH OH SHVDED ©DQGDU DVt \ TXH HVSHUDED HQ 'LRV TXLWDUVH GH DTXHOORª 8Q UDWR GHVSXpV ORV KRODQGHVHV levaron anclas. Los dos navíos llegados a La Yaguana formaban parte de una escuadra de 15 que se hallaban desde días atrás en Guanahibes. La nave capitana tenía como general a Barlandingen y era de 300 toneladas. La almiranta, de 600, la comandaba Juan Gusinde. La escuadra había estado antes en Santa Elena, en el Atlántico sur, y Brasil, donde tomó 2,000 cajas de azúcar y otros productos por valor de 200,000 ducados. Según los rumores propalados por la colonia, los holandeses abrigaban la intención de poblar La Yaguana para, desde ella, apoderarse de La Habana. /D SUHVHQFLD GH OD HVFXDGUD ÁDPHQFD HQ OD EDQGD QRUWH REOLJy D 2VRULR a salir precipitadamente el 20 de febrero hacia Guanahibes con 40 hombres, GLVSXHVWR D LPSHGLU TXH ORV ÁDPHQFRV VH KLFLHVHQ IXHUWHV HQ HOOD \D TXH GH lograrlo no sería posible efectuar las despoblaciones. Durante el camino, el gobernador fue informado de que la escuadra había zarpado luego de apro- visionarse abundantemente de vituallas proporcionadas por los vecinos del lugar. Otros 16 navíos de distintas nacionalidades permanecían rescatando en *XDQDKLEHV ©VLQ JpQHUR GH WHPRU GH 'LRV \ GH OD OH\ª 8QD IHEULO DFWLYLGDG reinaba en toda la región. Los campos estaban repletos de ganado desollado y los caminos, claramente trillados y libres de maleza, denunciaban el paso re- ciente de recuas cargadas hasta los topes. En Puntilla, un atracadero donde se realizaban los trueques, se apilaban más de 4,000 cueros vigilados por gente armada. Los bateles iban y venían de un lado a otro, mientras las otras embar- caciones mantenían desplegadas sus banderas blancas, señal de que estaban prontas para rescatar. En ninguna parte se veía indicio o evidencia alguna de que los vecinos estuviesen procediendo a mudarse con sus ganados. La franqueza con que se efectuaban los cambalaches, el desorden e inobediencia GH OD JHQWH \ VX YLGD ©VXHOWD \ GHVRUGHQDGDª OOHQDURQ GH DVRPEUR \ OiVWLPD a Osorio. Le parecía increíble que aun sabiendo de su arribo a la banda norte sus vecinos no hubiesen cesado en sus tratos con los herejes ni acudido a D\XGDUOR SDUD H[SXOVDUORV $QWHV DO FRQWUDULR DFWXDEDQ SDUD WUDVWRUQDU VXV órdenes y engañarlo, por lo que salió de dudas y decidió proceder personal- mente a iniciar las despoblaciones.
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