Historia General del Pueblo Dominicano Tomo II

64 /DV 'HYDVWDFLRQHV GH \ (Q SDUHFLGRV WpUPLQRV VH H[SUHVDURQ HQ QRYLHPEUH ORV UHVLGHQWHV en Monte Cristi aun cuando esa población no estaba comprendida en las Cédulas Reales, pero, creyendo que también tendrían que abandonarla, solicitaron unirse a los de Bayajá para, juntos, levantar una nueva villa en la misma banda norte. De esa manera, los ganados menudos y tiernos no pe- recerían en el traslado. Al comentar el memorial de Monte Cristi, López de &DVWUR H[SUHVy GHVGHxRVDPHQWH TXH VXV SURFXUDGRUHV SUHWHQGLHURQ EXUODU ODV yUGHQHV GHO PRQDUFD \HQGR D OD FLXGDG GH 6DQWR 'RPLQJR ©DSUHPLDGRV FRQ SRGHUHV \ ODUJDV \ HTXtYRFDV LQVWUXFFLRQHVª SRU FX\R PRWLYR HO JREHU - nador los apresó y castigó en compañía de las justicias y regidores que los habían enviado. 16 El 18 de septiembre de 1604, Osorio y la Audiencia comisionaron a Manso de Contreras para que fuese a los puertos de Azua, Ocoa, Las Salinas y otras partes, donde algunos corsarios ingleses contrataban con vecinos de esos lugares a pesar del perdón real, para que averiguase qué personas habían rescatado, procediese contra los vagabundos y ladrones, visitase los ingenios que por allí había y contase los esclavos que trabajaban en ellos. Luego, por auto de 9 de diciembre, Osorio ordenó al oidor que procediese a ejecutar las despoblaciones y cursó aviso a sus autoridades y vecinos para que estuvie- sen listos a iniciar la mudanza a los sitios que se les habían asignado. Manso respondió que estaba pronto para obedecer, pero el 16 la Audiencia dio a conocer otro auto por el que le prorrogaba, además de los 40 días que se le KDEtDQ FRQFHGLGR SDUD VDOLU HQ SURVHFXFLyQ GHO HQFDUJR RWURV (O SUHWH[WR HVJULPLGR IXH TXH HVH WULEXQDO OR QHFHVLWDED HQ OD FLXGDG D ÀQ GH UHVROYHU ciertos asuntos de interés. Resulta evidente que la disposición de la Audiencia, aparte de consti- WXLU XQD ÁDJUDQWH LQWHUIHUHQFLD HQ ODV GHVSREODFLRQHV WHQtD HO SURSyVLWR GH HQWRUSHFHUODV 3RVLEOHPHQWH 0DQVR GH &RQWUHUDV GHELy LQÁXLU HQ VXV FROHJDV para que emitiesen su auto, despechado como estaba por no habérsele dado OD GLUHFFLyQ GH DTXHOODV $XQTXH ÀQJLy DFHSWDU OD HQFRPLHQGD GH 2VRULR OH HVFULELy DO UH\ HO GtD TXH VL ELHQ HO DUELWULR GH /ySH] GH &DVWUR HUD ©ERQtVL - PRª SDUDUtD D OD SRVWUH HQ LPSRVLEOH 'H WRGRV PRGRV SLGLy XQD HVFROWD GH 80 hombres para impedir que fuese apresado o muerto por los rescatadores. La renuencia de Manso de Contreras a acatar la orden de iniciar las des- poblaciones, alentada por la complicidad de los demás oidores, así como la militante oposición de los cabildos mencionados hicieron dudar a Osorio de la utilidad de efectuarlas. Entendía que no sería factible terminar con los res- cates si no se contaba con buenos jueces, galeras y una guarnición.

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