Historia General del Pueblo Dominicano Tomo II

Historia general del pueblo dominicano 39 cueros, de modo que el número de corsarios se duplicó en las Antillas. De marzo a julio de 1593 se llevaron 40,000 de la banda norte y se esperaba que UHJUHVDUtDQ SRU PiV VLQ TXH OD SUHVHQFLD GH OD ÁRWD GH 1XHYD (VSDxD ORV amedrentase. En febrero de 1595, dos navíos corsarios arribaron a los ríos Higuamo y Casuí, sus hombres bajaron a tierra, embistieron contra el ingenio del regidor Gregorio de Ayala y destruyeron la casa de purga y los bohíos de los esclavos, embarcando todo el azúcar que en él había. A seguidas toma- ron tres barcos pertenecientes a otros tantos vecinos de la ciudad de Santo Domingo y ocho esclavos y pillaron las haciendas de la viuda Catalina de Ciria y Francisco Ramírez. Un portugués bígamo y baqueano de la isla guió a los corsarios. /D RVDGtD GH ORV FRUVDULRV OOHJy DO H[WUHPR GH VLWLDU OD FLXGDG GH 6DQWR Domingo, como hizo el inglés Jacome Lanton, quien, fondeado frente a cabo Caucedo, se mantuvo allí dos meses asaltando navíos y robando heredades D OD YLVWD GH ODV DXWRULGDGHV ODV FXDOHV VH KDOODEDQ D OD HVSHUD GH XQD ÁRWD para arremeter contra él y que nunca llegó. Hartos del cerco, los vecinos se decidieron a enfrentar al inglés con una pequeña armada, que el gobernador no dejó salir del puerto. Ido el corsario, el arzobispo fray Nicolás Ramos emitió una censura en OD TXH DPHQD]y FRQ H[FRPXOJDU D TXLHQHV QR OH GHQXQFLDVHQ D WRGRV ORV TXH habían contratado con Lanton porque deseaba proceder contra ellos como inquisidor ordinario por ser fautores y receptadores de herejes. Al mismo WLHPSR H[LJLy D OD $XGLHQFLD TXH OH HQWUHJDVH D WRGRV ORV YHFLQRV GH OD FRORQLD que estaban presos por rescatadores, en el entendido de que los procesos in- coados contra ellos caían bajo su jurisdicción y solo a él le tocaba juzgarlos. La $XGLHQFLD VH QHJy D FHGpUVHORV \ HO SUHODGR H[FRPXOJy D ORV RLGRUHV %DOWDVDU de Villafañe y Simón de Meneses, advirtiendo que nadie se atreviese a levan- tarles la pena. Asustada por la gravedad de la sanción, la Audiencia se avino a concertar un acuerdo con el arzobispo, que aceptó porque, como no era un hombre belicoso, no quería causar más alboroto y absolvió a los oidores. No era esa la primera vez que el fray Nicolás Ramos litigaba con la Audiencia, a la que, en carta al rey de 4 de marzo de 1594, no solo acusó de tibia con los rescatadores, sino también de ser cómplice de sus tratos con los corsarios, dando licencia a unos para proceder a sus torpes negocios y disimulando con otros, mientras los jueces enviados a la banda norte hacían lo mismo o se contentaban con recibir sus jugosos salarios, importándoles un comino el menoscabo que la religión de los vecinos occidentales padecía como consecuencia de semejante lenidad. Según el arzobispo, la constante comunicación que esos vecinos mantenían con franceses e ingleses luteranos

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